El autor expone aquí una serie de mitos, y sus desmentidas, acerca de los mejores caminos para el desarrollo espiritual, en procura de suavizar los debates y la intolerancia.
Al mismo tiempo que la gente está empezando a ocuparse de las cosas del espíritu, sucede otro fenómeno: la intolerancia con la búsqueda espiritual de los demás. Todos los días recibo revistas, mensajes electrónicos, cartas y panfletos que intentan demostrar que tal camino es mejor que aquel otro, y que contienen una serie de reglas para conseguir la iluminación. En virtud del volumen creciente de este tipo de correspondencia, he decidido escribir sobre lo que considero los peligros de dicha búsqueda.
Mito 1: la mente puede curarlo todo. Esto no es cierto, y prefiero ilustrar este mito con una historia. Hace algunos años, una amiga mía, profundamente implicada en la búsqueda espiritual, comenzó a tener fiebre y a encontrarse muy mal. Durante toda la noche intentó recrear su cuerpo, con ayuda de todas las técnicas que conocía, con el fin de curarse únicamente con el poder del pensamiento. Al día siguiente, sus hijos, preocupados, le pidieron que fuese al médico, a lo que ella se negaba, alegando que estaba purificando su espíritu. Sólo cuando la situación se hizo insoportable accedió a ir a un hospital, donde tuvo que ser operada inmediatamente al serle diagnosticada una apendicitis. Por lo tanto, mucho cuidado: a menudo más vale pedir a Dios que guíe las manos de un médico, que intentar curarse uno mismo.
Mito 2: la carne roja nos aleja de la luz divina. Es evidente que si uno profesa una determinada religión tendrá que respetar las reglas establecidas. Judíos y musulmanes, por ejemplo, en una práctica que forma parte de su fe, no comen carne de cerdo. Sin embargo, nos está invadiendo una ola de purificación por vía de la comida: los vegetarianos radicales consideran a los que comen carne responsables del asesinato de animales. Pero, ¿acaso las plantas no son también seres vivos? La naturaleza es un constante ciclo de vida y muerte, y un día seremos nosotros los que alimentaremos la tierra. Por lo tanto, si no perteneces a una religión que prohiba determinado alimento, come aquello que te pida el organismo. Quiero recordar aquí la historia del mago ruso Gurdjieff: cuando era joven, fue a estudiar con un gran maestro y, para impresionarlo, decidió comer sólo vegetales. Una noche, el maestro quiso saber por qué seguía una dieta tan rígida, a los que Gurdjieff respondió: “Para mantener limpio mi cuerpo”. El maestro se rió y le aconsejó que abandonara ese hábito: si continuase así, le dijo, terminaría como una flor en un invernadero: muy pura, pero incapaz de resistir los desafíos de los viajes y de la vida. Como decía Jesús: No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de la boca.
Mito 3: Dios es sacrificio. Mucha gente busca el camino del sacrificio y de la autoinmolación, afirmando que debemos sufrir en este mundo para ser felices en el próximo. Pero si este mundo es una bendición de Dios, ¿por qué no aprovechar al máximo las alegrías que nos ofrece la vida? Estamos muy acostumbrados a la imagen de Cristo en la Cruz y olvidamos que su pasión duró apenas tres días: el resto del tiempo la pasó viajando, conociendo gente, comiendo, bebiendo y predicando su mensaje de tolerancia. Tanto que su primer milagro fue políticamente incorrecto: como faltaba bebida en las bodas de Caná, transformó el agua en vino. Y lo hizo, a mi entender, para demostrar que no hay mal en ser feliz, en alegrarse, en participar en una fiesta, porque Dios está mucho más presente cuando estamos todos juntos. Mahoma decía que “si somos infelices, llevamos la infelicidad a nuestros amigos”. Buda, tras un largo período de prueba y renuncia, estaba tan débil que apenas si podía respirar; cuando fue salvado por un pastor comprendió que el aislamiento y el sacrificio nos alejan del misterio de la vida.
Mito 4: existe un único camino hacia Dios. Este es el más peligroso de todos los mitos: a partir de ahí empiezan las explicaciones del Gran Misterio, las luchas religiosas y el juicio de nuestro prójimo. Podemos escoger una religión (yo, por ejemplo, soy católico), pero debemos tener presente que si nuestro hermano escoge una religión diferente, llegará al mismo punto de luz que buscamos nosotros con nuestras prácticas espirituales. Finalmente, vale la pena recordar que de ninguna manera podemos transferir a nuestro padre, rabino o imán las responsabilidades de nuestras decisiones. Somos nosotros quienes construimos, con cada uno de nuestros actos, la entrada al paraíso.
© Traducido del portugués por Juan Campbell-Rodger.