Te has decidido. Por fin vas a debutar como practicante de yoga. Cierta excitación y un poco de
miedito te invaden cuando plantas los pies sobre la esterilla. La
experiencia de la primera clase es una prueba para el cuerpo y la mente.
El profesor comienza a dar instrucciones. Mientras tratas de
seguir la clase, tu diálogo interior intenta dar sentido a las
sensaciones que percibes. Con mensajes parecidos a los que siguen.
"¡Me asfixio, no me llega el aire!".
Tranquilo. El yoga es, entre otras cosas, una práctica física ligada a
la respiración. Lo que estás haciendo es adecuar el ritmo de
inhalaciones y exhalaciones. Y eso cuesta.
"No me entero de nada de lo que dice el menda este"
El profesor hilvana instrucciones mientras tú aún estás preguntándote
dónde tienes la mano derecha. Tu cuerpo (y por añadidura, la mente) van a
integrar con la práctica la acciones que te llevarán a hacer una u otra
asana.
"No sabía que tuviera un músculo ahí".
Parece
mentira lo poco que conocemos nuestro cuerpo. Pero el yoga y sus
posturas raritas harán que intimes hasta con la uña del dedo pequeño del
pie izquierdo.
"En la vida voy a hacer eso que hace el tío de al lado" o "estoy hecho un palo".
Pocos humanos cuentan con la genética de un contorsionista. Es normal
que, por ejemplo, no llegues a tocar el suelo con las manos al
inclinarte hacia delante desde la postura de pie. Alégrate, estás en el
camino para hacerte más flexible. Y no te compares.
"Ay, ¿qué me pasa que me da la llorera?".
El yoga también es cuestión de emociones. A veces, sin previo aviso ni
razón, te puede asaltar un sentimiento intenso. Ganas de reír o de
soltar lágrimas. Da rienda suelta al impulso y exprésate.
Hola Mayte, acabo de echar un vistazo al blog. Me gusta mucho, ademas creo que en mi caso me ayuda a entender mejor, ya que en clase hay cosas que por mi problema de audición no las pillo.
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